sábado, 13 de junio de 2015

Spaghettis para Silvia: Final original.

Final



No podía dejar de ver por la ventana de mi habitación, me quedaba en blanco viendo las nubes, pensando que en unas tres horas estaría allí arriba, dejando la ciudad que ha sido mi musa.
Si algún día hubiese imaginado mis últimos momentos en esta ciudad, sería como estoy ahora, tumbado en la cama, con las piernas apoyadas sobre la gran maleta que me llevaría.
La noche fue tranquila, sin Silvia ni Sam, pero no me podía quejar, ya que tuve la suerte de que Marlen, Rebeca, Patricia y Lee, estuviesen conmigo.


-Venga Salem, deja de pensar tanto y ven a toamr algo con nosotros- Lee me sacaba de mi mundo para volver a la realidad.

-Buenos días cabezón- Marlen se me qedaba mirando, sonriéndo mientras cogía su taza de café- ¿nervioso?

-Para ser sinceros, hacía años que no estaba tan tranquilo.

-¿Te gusto la noche de ayer?

-Creo que ver a Lee y a Rebeca bailando en la barra de un bar, es algo que hará historia.

-Salem, vuelve pronto.

-O ve a visitarme, ambas cosas son buenas.

-Tengo una sorpresa para ti...


Por la puerta entraba entraba Sam, mientras los demás salían para dejarnos a solas unos minutos. Era raro que hubiese tanta frialdad en aquel momento, entre nosotros, que juntos siempre estábamos de buen humor.


-¿Abrazo o cerveza?

-Creo que una cerveza mejor.

-Siento haber desaparecido.

-Da igual, no me voy a cabrear contigo.

-No lo entiendo, fui un completo gilipollas.

-Samuel, eres gilipollas siempre, la putada es que yo lo soy contigo.

-Toma una cerveza anda.

-Es lo más bonito e inteligente que me has dicho en la vida.


Es curioso ver como las cosas se solucionan cuando una persona realmente te importa. Porque volvíamos a a estar bebiendo cerveza juntos, como cada fin de semana que era posible, habiendo olvidado éste último mes, habiendo olvidado que en unas horas volaría lejos de los mejores momentos de mi vida.


-Salem, aunque dejes todo atrás, no olvides nada de lo vivido, de que hicimos nuestra propia historia, fuera de cualquier libro de instituto, que fuimos, somos y seremos igual de degenerados.

-Samuel, no dejo nada atrás, quizás algún día, todas esas tonterías que hicimos a lo largo de nuestra corta vida, las hagamos en Canadá.

-Salud, hermano- lo que no solucionase una cerveza y unos buenos recuerdos- por cierto, hay otra sorpresa para ti.

-¿Más?, ¿es mi cumpleaños?

-Vente.


Nos fuimos a la entrada principal, y allí estaban todos esperando, me sentía el centro de atención mientras todos sonreían.
Se apartaron de la puerta y allí...


-¡Salem!- Silvia saltó hacia mí para abrazarme, en ese momento me sentía más vulnerable que nunca, como un jodido flan.


En mitad del pasillo, tirado en el suelo y Silvia sobre mí, después de 4 meses sin vernos.
Todos los cabrones a nuestro alrededor sonreían, mientras tanto yo empezaba a sentir el dolor de la hostia que me di contra el suelo, pero joder, me daría esa hostia una y otra vez.


-¿Estás bien? No me digas que te he hecho daño.

-Joder, que dolor.

-Eso es que estás bien, venga arriba- Samuel y Lee me ayudaban a levantarme, yo estaba destrozado- bueno, nosotros nos vamos, en una hora volvemos para ir al aeropuerto, disfrutad.


En mitad del pasillo de casa, con la cría delante de mí, sin decir nada y  mirándome a los ojos como si me fuese a pedir que le regalase algo.
Nunca había visto a Silvia callada tanto tiempo y joder, estaba preciosa.
Poco tardó en abrazarme y no soltarme.


-Te vas y no te ibas a despedir de mí.

-Lo siento...

-Si algún día vuelves, que sea para venir a llevarme contigo, para irnos jodidamente lejos.

-Silvia, te prometo que un día viviremos juntos ya sea en Barcelona o en cualquier parte.

-Así me gusta. Por cierto tengo hambre.

-Siempre que vienes tienes hambre.

-Joder, no es mi culpa que sea la una del mediodía y tenga hambre.

-Tienes razón, voy a cocinar algo.

-¿Qué me vas a preparar?

-Hace mucho tiempo te prometí que, el último día que te viese, te prepararía spaghettis a la carbonara.

-¡Oh, sí!


Si algún día os habéis preguntado cual es la cara de la felicidad, es la mía viendo a Silvia sentada sobre la encimera, esperando a que le preparé la comida mientras pone música con mi móvil.
Los minutos pasaban mientras yo cocinaba y Silvia cantaba, por un momento quería romper el billete de avión y quedarme para hacer todo lo que no hice para estar con ella.
La comida ya estaba lista, y quedaba poco tiempo para que viniesen los demás para ir al aeropuerto.


-¡Venga!

-Ya va, joder- la niña estaba impaciente por sus spaghettis- levanta, que no vamos a comer aquí.

-¿Y dónde?

-Ven.


Fuimos al salón, en él había una pequeña mesa redonda al lado del balcón por el que entraba mucha luz y que daba a una calle muy ajetreada. Era idílico para una comida así.
Nos sentamos intentando aprovechar los últimos minutos, y no sabéis lo que era ver a Silvia apoyada sobre la mesa y mirando por el balcón...


-Salem, dime que no te olvidarás de mí.

-Silvia, esto no es ni será nunca un final, porque pase lo que pase, has llegado a mi vida, lo has cambiado todo y ahora, eres la reina de éste caos que tengo por día a día.

-Sabes, he venido decenas de veces a comer a tu casa, y es la primera vez que nos sentamos aquí, es precioso.

-Silvia...

-Dim- cuando se quiso dar cuenta, ya me había puesto a su altura.


Y ahí, en un pequeño piso de Barcelona, cumpliendo con la comida que le prometí a la niña hace un año.
Terminando nuestro último momento junto como las grandes despedidas de las grandes películas, con la trompeta y la voz de Lois Armstrong candanto "La vie en Rose" de fondo, con el que sería el primer y último beso.



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